En estos días, me
siento cada vez más desapegado de la gente que he conocido. Siento que nunca he
hecho un impacto en las personas que he encontrado, y este sentimiento incluye
a mis hermanos.
Quizás no existo totalmente
en este mundo. A lo mejor poco a poco me he estado desvaneciendo. Si en este
momento escogiera una palabra para definirme, diría que sólo soy un fantasma,
un rumor, un nombre escrito en una lista que nadie sabe quién es, pero ahí está.
Una sombra tenue.
Sólo me dedico a
acumular recuerdos de la gente que encuentro en mi camino, pero pienso que al
mismo tiempo no alcanzo a hacer algo significativo en ellos. Siento que ya no
se acuerdan de mí. Sin embargo, yo los recuerdo a cada uno de ellos todos los
días. Desde que llegué a Europa, mi mente empezó a guardar las caras, las
sonrisas, los momentos de fiesta, los gestos de amabilidad y los hubieras.
Irónicamente, todos esos buenos recuerdos, son el motor que utilizo para
confirmar mi existencia y decirme a mí mismo que he vivido y que estuve ahí con
ellos. Puede ser que ya no signifique nada para esas personas pero para mí
significa todo. Y si mañana todo se acabara, podría decir para mis adentros: “todo
fue como debía ser, no me quedo con ganas de nada. Ellos me honraron con su
tiempo y puedo decir que fui feliz.”
Éste es el duelo del
inmigrante. Que intenta echar raíces pero nunca logran ser profundas. No es una queja ni tampoco es algo triste; simplemente una observación.