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sábado, 15 de septiembre de 2012

Crónicas de un soldado en tiempos de paz - Parte I

Lo recuerdo muy bien. Era de noche y tu llanto me despertó, fui hasta tu cuarto y te hallé de pie en pleno sollozo. Tenías puesto tu mameluco rosa y tus manitas estaban recargadas en las barras del barandal de la cuna.

No sé cómo te diste cuenta de que mamá no estaba en casa, pero notaste su ausencia y empezaste a buscarla a través de la oscuridad, sin obtener respuesta. Pobre nena.

Era la primera vez que estabas en mi casa y yo nunca me había hecho cargo de un bebé. Al principio tenía miedo hasta de cargarte. Pero era necesario que me armara de valor y, haciendo a un lado mis miedos, lo único que pude hacer fue tomarte en mis brazos y recargarte contra mi pecho. Así estuve tratando de arrullarte un rato, queriendo decirte con palabras dulces que todo estaba bien y que yo me haría cargo de ti de ahora en adelante.

Gracias a Dios, poco a poco sentí cómo tu respiración, toda inquieta, se calmaba y el llanto cesaba también. Estabas dormidita otra vez.

Satisfecho de haberlo logrado, te regresé con todo el cuidado a la cuna y me quedé un rato mirándote.

Sigo pensando en el momento que te encontré en esa casa. Cuando llegué, no había nadie. La cerradura estaba forzada y había huellas de botas militares por doquier. En la mesa el desayuno estaba servido y el café de las tazas aún humeaba.

Nunca conocí a tus papás y no sé si los llegue a conocer algún día, sólo espero que estén bien. No creo que hayan querido abandonarte como sucedió. Tal vez yo no sea mamá, pero me siento muy afortunado de tenerte.



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